RECALCULANDO



En ocasiones crees saber cuál es la dirección de tu vida pero llegas a un punto en el que, sorprendentemente, te das cuenta de que te has perdido. 

Quizá ni siquiera se trate de que equivocaras el camino o que hubieras cambiado de idea sobre el destino al que quieres llegar. Posiblemente no se trate de un problema relacionado con el rumbo sino más bien con el horizonte. A veces, el horizonte inmediato nos hace perder la perspectiva del sentido del camino o del horizonte último. A veces, lo que tenemos delante nos impide ver más allá y "calcular" la distancia real. Y nos desorientamos o se nos agotan las fuerzas. Nos quedamos inmóviles, porque nos paraliza la inseguridad, el miedo a equivocarnos. Nos prejuzgamos aún más duramente que lo harán quieres prejuzgan todo y a todos. 

Hace unas semanas comprobé cómo a los jóvenes les cuesta entender ese "más allá" de algunos mensajes. Porque a ellos, algunos árboles, les impiden ver su propio bosque. Y es normal, porque aún no han descubierto el sentido profundo de sus vidas, su vocación. Les preocupa qué estudiar el siguiente curso pero no parece importarles demasiado responder a preguntas más profundas sobre el destino último de sus decisiones o de sus vidas en el que se entrecruzan los sueños y los miedos, las creencias y las teorías...y un mensaje radical sobre la vida eterna (Mt 25, 35-36). En el que se intuye que la puerta a la vida eterna no es precisamente una puerta o destino al que llegar, menos aún en solitario y por méritos propios; sino la plenitud de seguir disfrutando de aquel hermoso horizonte hacia el que se caminaba paso a paso ya acompañado y acompañando, en el que te tantas veces te reconoces incapaz, te sientes herido o abatido. Se siente miedo, mucho miedo, pero dentro de ti descubres una gran fuerza interior. Y que en otra ocasiones, cuando no tienes otra opción que la de ser valiente, sigues avanzando por ti o por quienes darías la vida. Ese horizonte interior, en el fondo de ti mismo, donde experimentas destellos de la verdadera Felicidad al hacer un poco más felices a los demás. 

Cuando recalculas, la vida te enseña a ver, escuchar, tocar y pensar cada vez con mayor profundidad y a buscar la esencia. Y la esencia de casi todo es sencilla y pequeña como las semillas pero inmensamente poderosa como el amor, la fe o la esperanza.

El corazón es el mejor GPS que tenemos para recalcular nuestro camino y sobre todo para aprender a disfrutarlo.  





CONFIANZA


En estos primeros días de septiembre, podría parecer que solamente hay que hablar de los medios necesarios para un inicio de curso seguro. Sin embargo, no es menos importante que dediquemos un momento a reflexionar sobre nuestra capacidad de confiar.

La confianza se sostiene en lo más esencial y profundo del ser humano que no es otra cosa que aquello que le empuja a trascenderse a sí mismo. Que le hace reencontrar el vínculo de su origen como criatura que se descubre dentro de un proyecto creador, de un plan, que le implica profundamente con la realidad que tiene delante para cuidarla y mejorarla. 

La confianza nos conduce y hace crecer. Es nuestra mascarilla invisible frente al virus del miedo y el contagio del pesimismo. Es una vacuna efectiva ante la irresponsabilidad porque quien sabe confiar, se sabe responsable de quienes en él o ella han puesto también su confianza. 

La confianza genera una transmisión comunitaria de solidaridad que se traduce en consuelo, en apoyo, en compañía, esperanza y amor, que es la mejor lección que podemos transmitir a los más jóvenes en estos momentos. 

Fortalecer los pilares de la confianza nos puede ayudar mucho a superar esta crisis. Pues la confianza nos aporta seguridad en nosotros mismos y la fortaleza interior que necesitamos para que nuestro pequeño mundo no se derrumbe y que, como aquel junco de la canción "resistiré" que tanto hemos escuchado, pueda doblarse frente a cualquier dificultad, pero siempre, siempre, nos haga seguir interiormente de pie.  

Hagamos un verdadero ejercicio de confianza transmitiendo calma y cordura. Poniendo sentido común y haciendo todo lo mejor posible. Fortaleciendo nuestras fragilidades desde la autoestima y la cooperación. Confiemos en lo que nos dicen y esforcémonos en mejorar la realidad desde la crítica constructiva y espíritu de superación. Ánimo, contagiemos confianza. 

Algunas de las palabras de la segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,1-3.6-12 subrayan cómo la confianza puede materializarse en actitudes y dinámicas encaminadas al bien propio y ajeno. "Te deseo la gracia, la misericordia y la paz que proceden de Dios y de Jesucristo" (...) "te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido" (...) "El Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad" (...) "Sé en quién he puesto mi confianza".




DESPEDIDAS



Es posible que no te hayas parado a reflexionar sobre la importancia de las despedidas. Seguramente, en más de una ocasión, hayamos preferido irnos sin más, para evitarnos el mal trago del adiós. Hay quien llega a odiar esos momentos de separación donde uno no sabe muy bien qué decir. Quizá no nos dábamos cuenta que lo más importante era disfrutar de la mera presencia de ese último instante juntos; y no de sus palabras. Aunque decir o escuchar algunas palabras es muy necesario, incluso se podría afirmar que es imprescindible. 

La soledad de quienes han fallecido por el virus, así como pensar el que, por esta misma u otras circunstancias, una ausencia sin despedida pueda generar un vacío irreparable en quienes amamos; nos debería enseñar a no huir de las despedidas. Y más aún, a decirlo todo antes de que sea tarde. 

Resulta necesario que eliminemos la carga negativa con la que hemos significado toda despedida. Si todo libro o película requiere un buen final, ¿porqué nos resistimos a vivir nuestros pequeños finales con la intensidad que se merecen?. Además, seguro que toda despedida dará paso un nuevo capítulo lleno de increíbles y maravillosas aventuras. Incluso en el caso de la misma vida, movidos por la fe y la esperanza, lo mejor llega después.

Las despedidas nos ayudan a cerrar etapas lo más adecuadamente posible. Pues, de no hacerlas, es posible que queden heridas abiertas. 

Quienes tienen la certeza de que el final de algo está próximo, como un cambio de rumbo o ciclo vital; incluso en los casos más difíciles - donde se aproxima inesperadamente el horizonte del fin de la vida- parecen entender la despedida como parte natural del proceso del adiós. Y así lo es. Por ello, más nos vale acostumbrarnos, pues nuestra vida no será otra cosa que una  inevitable sucesión de comienzos y finales. Nacimientos, pérdidas, caminos entrecruzados y reencuentros.

Qué paz y felicidad pueden regalarnos las despedidas que, aun sin palabras, están cargadas de gratitud por lo bueno que se ha vivido junto a quien ahora toca dejar marchar o debes ayudar a dejarte ir; de perdón por lo que no se hizo bien; de deseos de esperanza y actitud positiva ante el nuevo futuro que está llegando. 

En toda despedida no han de sobrar ni las sonrisas ni las lágrimas. Son monedas -que con su cara y su cruz- formarán, ya desde ese mismo instante, parte del inmenso tesoro de la vida. 





Canción: Eso que tú me das. Despedida musical de Pau Donés (Jarabe de Palo).
 


APRENDER A VALORAR



Si algo podemos aprender de este tiempo de aislamiento para evitar la propagación de la pandemia del coronavirus es valorar lo que teníamos y mucho más aún lo que tenemos.

Parece cierto aquello de que no se valoran las cosas hasta que se pierden. Porque casi todo el mundo estará ahora mismo echando de menos salir a la calle libremente sin tener un motivo justificado. Echamos de menos los momentos de ocio en el cine, practicar deporte en un gimnasio, jugar a fútbol o salir en bici. Y un millón de cosas más...Pero no nos quedemos en lo negativo. 

Esta circunstancia nos debe ayudar a valorar cosas que hasta ahora pasaban desapercibidas. Por ejemplo nuestra capacidad de resistencia, de amoldarnos a la situaciones difíciles, a valorar el trabajo de muchos profesionales que realizan trabajos esenciales y que no tienen opción de quedarse más protegidos en casa. 

Jamás hubiésemos pensado que nos echaríamos tanto de menos unos a otros. Abuelos a sus nietos, hijos a sus padres, y hasta maestros y profesores a sus alumnos. 

Estamos aprendiendo a combatir la soledad de quienes la padecían mucho antes de llegar el virus. Luchamos contra los días grises y los sentimientos de incertidumbre o ansiedad con los medicamentos del humor, de la música, de la respiración profunda...del afecto, amistad y cercanía de quienes antes estaban algo más lejos de nuestro corazón. 

Valoramos más lo esencial. Y todo nuestro esfuerzo es poco para sobrevivir y que sobrevivan nuestros mayores. 

Estamos aprendiendo que lo mejor es el tiempo de paz y no de guerra. Que si nadie quisiera tener enemigos, menos aún los queremos invisibles o microscópicos. 

Habremos vencido si esto nos hace más humanos y nos ha ayuda a redescubrir nuestra capacidad de valorar a los mayores, a quienes amamos, con quienes trabajamos y con quienes disfrutamos de la vida....dentro o fuera de nuestras casas.