TIEMPO PARA CAMBIAR

¿A qué esperas?. Siempre encontramos mil excusas para no hacer esto, retrasar aquello, renunciar a lo otro...por eso, ¿no crees que ya ha llegado el momento de que comiences el camino que te llevará a cumplir tus sueños?. ¿Cuántas veces nos hemos quedado inmóviles ante situaciones en las que podríamos haber contribuido en algo para solucionarlas? Quizá sea más fácil mirar para otro lado...pero entonces no podremos extrañarnos si las cosas no cambian y no prevalece el bien, la justicia o la solidaridad entre las personas.

Un día aprendí, que debía confiar en que era posible que una persona cambiara, aunque muchas no lo hubieran conseguido o ni si quiera hubieran tenido verdadera voluntad de cambio.

Mi maestro fue Antonio, un gitano granadino, que poco antes de salir de la cárcel, me pidió ayuda. Había entrado en prisión tan joven que tenía miedo de enfrentarse de nuevo a la sociedad; y sobretodo temía que el mismo ambiente que lo había rodeado lo empujara de nuevo al mundo de la delincuencia y no fuera la última vez que pisara aquel módulo penitenciario. Solamente quería hablar, cambiar impresiones y apaciguar el nerviosismo de su corazón, ante las horas, eternas, de un lento avance del calendario hacia su tan soñada libertad.  

Solamente pudimos hablar un par de días a la semana, durante mes y medio. Pero pude ver en su mirada la ilusión por el cambio. Sus ganas de vivir y formar una familia. La fortaleza con la que contaba incluso episodios muy tristes de su infancia. Su respeto y su capacidad de escucha. Su deseo de tener un trabajo honrado (por lo que incluso me preguntó todo lo que debía cambiar de su aspecto para hacer una entrevista). Aunque reconozco que por entonces no di crédito a su alegato de que era inocente del delito por el que fue condenado casi ocho años. Pues frecuentemente al entrar en aquel lugar, tenía la impresión de estar entrando en el país de las mentiras.

En nuestro último encuentro fui duro; tenía que serlo, y le dije: no creo que vayas a cambiar y pronto nos veremos de nuevo por aquí. Se quedó en silencio y solamente me pidió cómo podría localizarme fuera de la cárcel.

Cuando pasó un año y ya había olvidado hasta su nombre, recibí una llamada. Era él. Me dijo que estaba saliendo con una chica y pensaba ya en casarse. Que trabajaba llevando productos de cosmética a varias peluquerías (como la de su suegra). Me comentó que había cambiado su aspecto y que no vivía en el mismo barrio que le había enseñado una vida de dinero fácil pero que también le había cobrado una factura demasiado cara, ocho años de su joven vida.

Jamás volvimos hablar. No sé si pude haber conocido a un inocente que pagó el precio de crecer donde creció y estar rodeado por quien no es aconsejable. Pero este caso real me enseñó que el cambio puede ser posible y que no hay que renunciar nunca a ello, por difícil que la vida nos lo ponga.