ENTRE PUCHEROS Y OLLAS


Como venimos compartiendo en este blog, de toda experiencia se puede extraer una enseñanza valiosa, convirtiéndose en una forma de aprender, en una VENTANA EDUCATIVA. 

En esta ocasión, nos fijaremos en los importantes valores que nos ofrecen las cocinas. Tanto que hasta Santa Teresa dijo que "entre pucheros y ollas también anda Dios", queriendo subrayar el valor de las cosas sencillas y lo importante que es nuestra actitud a la hora de desempeñar las tareas cotidianas. 

La cocina puede considerarse ese espacio discreto de la casa (sin demasiados adornos), donde aparentemente no están las cosas de valor, sino más bien donde se guardan las provisiones y los utensilios que nos ayudarán a convertirlos en comida. Lugar de paso y encuentro, donde reponer fuerzas o donde hacer una pausa transitoria. Uno de los pocos lugares cuyos olores nos puede evocar otros tiempos o rememorar cálidos recuerdos familiares.

Para cocinar, se necesita arte, como dirían por el sur. Aunque parecen imprescindibles la paciencia, la atención y el cuidado en los detalles. 

En primer lugar paciencia; pues los guisos, como las personas, necesitan su tiempo para hacerse, para madurar. No por querer ir más aprisa, significa que el resultado llegará antes. Cuantos bizcochos o magdalenas no habrán llegado a la mesa, por la impaciencia de abrir el horno, provocando que la masa no subiera hasta alcanzar su forma final. Por eso, cuando alguien aprende a cocinar, aprende a respetar los tiempos de quienes le rodean, siendo comprensivos para dar todas las oportunidades posibles para que se terminen de ver las cosas, se decida algo o se comience de nuevo. Todo dependerá de no olvidar reponer nuestra despensa interior para que siempre haya en ella la harina de las oportunidades, los paquetes del perdón, las garrafas del entendimiento, unas grandes latas de empatía y muchas bolsas de positividad. 

En segundo lugar; decíamos que igualmente importante es estar atentos. Porque pocas cosas se cocinan "solas". Por lo que siempre es necesario "echar un ojo"; quizá ello sea útil para estar menos pendiente de uno mismo y más atento a los demás, especialmente de las personas con quienes vives. Transformándose cada mirada al reloj, cada prueba de sal, cada toque secreto, en un ejemplo de voluntad, constancia y búsqueda de su felicidad, que es también parte de la tuya. Una atención que puede hacerse extensible a las demás cosas de la casa...al trabajo o al ocio. 

En tercer lugar; cocinar nos ayuda a cuidar los detalles, a poner cariño en las cosas, por simples o insignificantes que parezcan. Teniendo presente que cuando cocinas o vives con amor, el amor te recompensa dándote razones para amar. Y tu amor, sincero y desprendido, regresa crecido y multiplicado en cada gesto, palabra de gratitud o expresión de alegría de quien te ama. 

Cocinar no gusta a todo el mundo, quizá porque recuerda demasiado a ir al colegio. Lo cual no significa que no podamos apreciar los valores y actitudes que pueden aprenderse entre pucheros y ollas. Seguramente, si nunca has cocinado, quizá no llegues a ver en profundidad los inapreciables tesoros que se esconden en las cocinas; hasta considerarlas, como ya hizo Santa Teresa, espacios sagrados de conocimiento y crecimiento personal, de relación y comunión, de ofrenda y generosidad.