NO LO CUENTO, LO HAGO

Un buen humorista suele decir "no lo cuento, lo hago" antes de realizar una representación mímica o gestual de aquello que relata en sus monólogos.

Esta muletilla puede recordarnos la importancia y valor educativo de nuestros hechos. Pues nuestra forma de reaccionar ante situaciones, hacer las cosas, tratar a las personas, son muy importantes ya que nos definen más incluso que nuestro discurso. Dicho de otra forma con la ayuda del refranero español: "hechos son amores y no buenas razones".  

Si algo nos han enseñado estos años de crisis económica y de valores, es a mirar con recelo las promesas, las buenas palabras, "el postureo" como se dice en el actual argot juvenil. 

Por ello, a veces, las palabras no son suficientes. Dejan de tener fuerza de convicción. Pierden su valor testimonial, llegando incluso a causar "escándalo", lejanía o decepción. Algo que sólo puede encauzarse con la autoridad moral del "testimonio", del hecho, el propio ejemplo y la implicación. Se necesitan hechos claros, valientes, generosos, comprensivos, empáticos, compasivos, solidarios. Menos bonitos discursos y más cambios reales. 

Pongamos nuestra esperanza y nuestra confianza más allá de quienes sólo tienen criterios, juicios, opiniones y comencemos a caminar y descubrir, respetar y valorar, aprender o transmitir aquello que cada persona estime que da sentido a su vida, a sus acciones, que hace latir su corazón....y que confirmará la veracidad de sus palabras. 

Este texto del Evangelio, lo expresa con el siguiente ejemplo: "Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estomago». y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de que sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola esta muerta. Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probare mi fe" (Lectura de la Carta de Santiago 2, 15-18).